En aquellas ocasiones especiales en que el rey compartía su comida formalmente
con otros, la etiqueta aseguraba que su única y superior condición se enfatizara
más que nunca. Sólo en tres ocasiones el monarca comía públicamente con
sus súbditos: en la boda de una dama de la casa de la reina; con los caballeros del
Toisón de Oro, para conmemorar su capítulo anual del día de San Andrés, y con
el conde de Ribadeo, quien disfrutaba del antiguo privilegio de comer una vez al año
con el monarca. Durante estos eventos, el rey se sentaba en una silla, mientras que
sus súbditos lo hacían en bancos; el monarca, y también la reina, durante el banquete
de boda de una de sus damas, comían sobre una tarima, bajo un toldo; sus platos
—tanto los entrantes como el postre y las viandas— les eran servidos por los oficiales
de más alto rango, y de manera diferente; sólo su plato (o el de la reina) se
traía cubierto, sólo su comida era traída desde la cocina por caballeros con la cabeza
descubierta, sólo su comida y bebida eran catadas de antemano para prevenir
un posible envenenamiento. El trato que se ofrecía al conde de Ribadeo era tanto
para degradarlo como para glorificarlo, por lo que, mientras que se le era permitido
compartir la mesa en la que el rey se sentaba —lo cual sólo les era permitido
a la reina y a una dama de honor casada—, la manera en que el conde era servido
era nítidamente ofensiva. Un ayudante de panetería le daba en mano su servilleta,
el pan y el cuchillo de manera poco ceremoniosa y era servido con los platos que
el rey no deseaba. Después de la comida, el conde tenía que besar la mano del rey
y no se le permitía acompañar al monarca ni a sus gentilhombres al palacio real.
El trato que se ofrecía al conde de Ribadeo era tanto
para degradarlo como para glorificarlo, por lo que, mientras que se le era permitido
compartir la mesa en la que el rey se sentaba —lo cual sólo les era permitido
a la reina y a una dama de honor casada—, la manera en que el conde era servido
era nítidamente ofensiva. Un ayudante de panetería le daba en mano su servilleta,
el pan y el cuchillo de manera poco ceremoniosa y era servido con los platos que
el rey no deseaba. Después de la comida, el conde tenía que besar la mano del rey
y no se le permitía acompañar al monarca ni a sus gentilhombres al palacio real La etiqueta borgoñona en la corte de España (1547-1800)