x Juan Carlos Paraje Manso
Las reiteradas y recientes reparaciones a que ha sido sometida la Avenida de Asturias y de General Franco, que la mantuvieron por largo tiempo impracticable, ha sido causa de que nuestra vieja, estrecha y zigzagueante calle principal (léase de Villafranca y de Rodríguez Murias) haya vuelto a convertirse en travesía obligada -regulada por semáforos- para toda clase de vehículos que circulan de Galicia hacia Asturias y viceversa, cuyos conductores, al pasar, vacilantes y sombrados, por las horcas caudinas del vergonzoso cañigote, se acordarán frecuentemente de nuestros antepasados más inmediatos.
Por haber estado enclavado en ella (en el lugar que ocupa la casa número 3) el Hospital de San Sebastián-cuyo origen se remontaba al siglo XII y que dejó de prestar servicio a mediados del XIX-anteriormente se la llamó calle del Hospital.
En 1.750 fue empedrada y a principios de siglo pavimentada de cemento, con estrías trasversales para evitar que resbalaran las caballerías, y se encargaba de mantenerla impecablemente limpia una señora de Obe pagada por los comerciantes en ella establecidos.
En esta época estuvo a punto de ser llamada de Alvarez Cascos, pero el ingeniero asi nombrado, tal vez impresionado por la tremenda responsabilidad, declinó ese honor.
En Abril de 1.909 el Ministro de Fomento firmó la Real Orden para incluir, en el plan de ferrocarriles secundarios, la linea de Villaodrid a Villafranca del Bierzo. La realización de este proyecto cuya memoria había elaborado el Sr. Lazúrtegui González en 1.902, suponía la salida al mar por Ribadeo, del producto de las ricas explotaciones mineras del Bierzo, la definitiva mayoría de edad para nuestro puerto y, como consecuencia, la transformación de nuestra Villa en la Ciudad augurada por Ibañez.
No es pués de extrañarse el que se apoderara de los ribadenses un entusiasmo indescriptible y de que celebrarán con cohetes, música y baile tan fausta noticia.
Entre las villas de Villafranca y Ribadeo se cruzaron telegramas de mutua congratulación primero, nutridas embajadas de autoridades y personas destacadas después para culminar con los acuerdos de ambas Corporaciones (en julio de 1.910) de dar el nombre de Ribadeo a la calle del Agua, en Villafranca, y de Villafranca a la del Hospital en Ribadeo.
En unos tiempos en que los boticarios eran músicos: los abogados. Periodistas; los médicos, poetas; los militares y curas, escritores; y había en Ribadeo más de cien personas capaces de improvisar un discurso, resulta agobiante la lectura de los periódicos de la época, en los que, con fuego graneado, rivalizaron las dos villas en intercambiarse parabienes, tributarse elogios, ofrendarse poemas, regalarse adjetivos y rendirse homenajes, en el rimbombante lenguaje en boga, mientras se prometian solemnemente “no descansar hasta abrazarse con el ferrocarril”
Entretanto y para reparar fuerzas después de tan apasionados y melífluos transportes, los ribadenses recibían a los representantes de Villafranca con la siguiente cena que servida en el Hotel Lamas el 3 de junio del 1.909, mantuvo en activas labores de masticación a los esforzados pro-hombres hasta altas horas de la madrugada:
Tortilla francesa.
Langosta del Cantábrico.
Pollos asados.
Salmón del Eo.
Ternera a la gallega.
Entremeses. Postres.
Vinos: Rioja, Sauterne y Champagne de la Viuda de Cliquot y Pommery, café, licores y habanos.
A lo que correspondían los villafranquinos -para que la fiesta no decayerá – al obsequiar a los enviados ribadenses con el banquete servido por el Gran Hotel de la Condesa en el peristilo del Teatro Villafranquina el 13 de julio de 1.910:
Esparragos con salsa.
Solomillo a la berciana.
Trucha del Burbia.
Pavo trufado.
Langosta en salpicón.
Pollos asados.
Entremeses. Postres
Vinos del país (varias marcas) Champagne Viudade Cliquot y Codorniú. Café, licores y habanos.
Por cierto que don José Alonso López, con farmacia en donde había estado el Hospital-en cuya fachada se colocó en 1.972 una placa alusiva al actual Presidente de la Real, don Dámaso Alonso-se apresuró a proveerse para su oficina de un sello de caucho con el nuevo nombre-aún antes de que las placas se hubiesen cambiado-actitud honrosa y digna de loa a juicio del redactor de “Ribadense”
Desde siempre que se recuerde, hasta el presente, la calle de Villafranca y su continuación, de Rodríguez Murias-vulgo Cuatro Calles- ha sido el escuálido pasadizo-escaparate que nos obliga a los ribadenses a estrechar lazos, entre saludos, codazos y pisotones, cuya dislocada linea las recientes construcciones respetaron, con celo digno de mejor causa, y en donde es obligado el exhibir ante los convecinos el tipo, la ropa, el coche o la novia.
Esta querida calleja en suave pendiente, canija, estrecha de pecho y sietemesina, fue conservada contra viento y marea por los capitostes de la Villa como monopolizadora del paso por Ribadeo y no regatearon esfuerzos para impedir que se construyera otra travesía (para mi gusto hasta la Villavieja tendría que haber por lo menos seis) hasta que en 1.967, al abrirse la nueva Avenida ,antes mencionada, se le renovó el pavimento (por cierto de forma bastante deficiente) y las aceras, de las que se conservaron, como reliquias, los antiguos bordillos, malos, desiguales y del tamaño de chorizos peseteros.
También fueron derribadas parte de las casas números 9 y 11 que estrechaban la calle hasta el extremo de quedar, en ocasiones, atascado algún camión de aparatosa carga.
Al realizar este ensanche desapareció un artístico exhibidor de madera tallada con rótulo de cristal, que ocupaba la esquina formada por las casas 11 y 13, que utilizaba el Teatro y que había sido colocada por el fotógrafo don Benito Prieto en marzo de 1.911.
En el derribo de la casa número 9, en donde estuviera la sastrería de don Francisco Fernández -llamado “das Picarolas” por haber vivido en ese barrio y “dos Pasos” por su habilidad como futbolista- se encontró sobre una viga una caja de plomo herméticamente cerrada, cuyo contenido, que he tenido en mis manos y que no desentonaría en una novela de Agatha Christie, era el siguiente:
Unos gemelos, una pluma, una bola de lotería con el número 15 y un frasquito, todo ello de marfil. Un pequeño cestillo de plata y unos pendientes -asimismo de plata-con piedras blancas, rojas y verdes. Una cinta negra de sombrero, un pañuelo tinto en sangre y un nombramiento de Capitán de la Tercera Compañía del 1er Batallón del Regimiento de Infantería de Aragón, a favor de don Gaspar Sainz, firmado en Palacio el primero de agosto de 1.789 por S.M. El Rey D. Carlos IV.