NUESTRA RIBERA: CARA Y CRUZ X Juan Carlos Paraje Manso
Lo que pasó -y nunca debió pasar- con el Paseo.
Resultará incomprensible ,para los no iniciados, que la cara sea lo menos cuidado de nuestra Villa, y la cara, al parecer irremisiblemente convertida en cruz (o hablando con más propiedad: convertida en nalgas) son las Huertas de Figueirúa y el Barrio de Cabanela; ese abanico en suave descenso, balcón maravilloso y soleado a la Ría, que parece esperar resignado su redención, reconocido por unos pocos como el lugar más pintoresco para la edificación que pueda tener Ribadeo e ignorado por los demás.
Cuando se inició el Paseo Marítimo algunos creímos que había llegado el momento propício para trastocar nuestro rostro hacia el Mar, hacia Asturias, hacia el Sol; que las, hasta entonces olvidadas tierras, se iban a convertir, mediante una urbanización juiciosa y ordenada, en riente escaparate, en diadema de luz, que asombrara al viajero al contemplarla desde la otra orilla... Vana ilusión, costoso empeño.
Con la construcción del Paseo Marítimo, (en la aparatosa denominación oficial “Vía Litoral de Unión entre los Muelles de Mirasol y Porcillán&rdquola costa urbana ribadense sufrió una transformación traumática, un tajo brutal. Los ilusos que vimos en este importante trabajo la oportunidad, toda la vida esperada, de integrar en el Casco Urbano de la Villa una porción de terreno, quizá la de más bellas panorámicas, los que creímos que ¡por fin!, nuestra Villa iba volver su mirada hacia la Ría y redimir las huertas y basureros de Figueirúa y el ruinoso barrio de Cabanela (que fué su origen)dando el definitivo espaldarazo a la que podía y debía ser nuestra fachada, nuestra sonrisa abierta y plena hacia las tierras asturianas, hemos visto como nuestras esperanzas se truncaban por la forma en qué fue realizada dicha obra que, paradójicamente, no acercó estas tierras al pueblo y en cambio las separó del mar.
Hasta la construcción del Paseo Marítimo (ancha vía de deleitosos discurrir tanto para automóviles como para peatones, que por cierto, el mar corroe y resquebraja implacable) era fácil a los vecinos, por senderos y vericuetos flanqueados de una aromada vegetación muy particular: laureles, rudas, fionchos, mentas, acacias, saúcos y grauñeiros, el bajar a las pequeñas playas a bañarse, mariscar o simplemente a lavarse los pies después de trabajar en las huertas. Ahora, tras la contrucción de la costosa obra, creadora de unos problemas económicos de dolorosa secuela, el pavoroso Matadero y el campizo que lo circunda están más sucios que nunca y las huertas de Figueirúa no han mejorado su exigua producción de berzas y patatas; en cambio han perdido el acceso al mar. Los vecinos se tienen que contentar con mirarlo nostálgicamente desde lo alto de un precipicio artificial. Han perdido el mar y han perdido sus modestas playas, en las que medio Ribadeo inició sus artes acuáticas, descubrió como tenían las señoras “sus cosas” y hasta, en algunos notables casos, a nadar y guardar la ropa.
Las playas que se fueron a paseo.
Tres, eran tres, las playas de Figueirúa, y, al igual que las hijas de Elena, ninguna era buena: cada una tenía su plaga. La de “Lino” vertedero agrícola y urbano del barrio de Figueirúa. La “dos Homes” propietaria de una dantesca cascacada de sangre proviniente del cercano Matadero, súbita hemorragia roqueña, horror de nadadores y solaz de una floreciente comunidad de sibaritas ratas mariscadoras. La de "As arenas" o "A Cova", vertiginosa sima con el goloso aliciente de unas tentadoras guindas inaccesibles, devoradora insaciable de toda suerte de basuras y quebrantos de los "cortellos" vecinos.
Capítulo aparte merece la de "Cabanela", la que pudo ser importante playa urbana de Ribadeo (hubo al principio el proyecto de salvarla mediante un puente), por cuya parte más alta descendía el carcajeante, mugriento chorro de aguas sucias del cercano lavadero, destartalado antro-digno sucesor del "Pipelo"-cuya techumbre hacia vibrar la atronadora algarabia de un enjambre de exaltadas hembras, siempre puestas a deshacerse el moño por un quitame allá estos trapos, y que en tiempos, por fortuna lejanos, en los que faltaba jabon y sobraba miseria, aplastaban sin piedad las pulgas contra las lápidas de sus antepasados.
La playa de Cabanela era una pequeña bahia arenosa con escalinatas a ambos lados, adornada en su centro con la pirámide de volúmen variable, del "Penedo do Galo" y que con marea propicia, era ideal para la práctica de toda suerte de artes natatorias, zambullidas, buceo, competición , etc.
Rodeada de venerables ruinas-entre las que destacan la del Palacio del Obispo don Pelayo de Cebeyra-de lo que fue junto con Porcillán , el primer núcleo urbano de Ribadeo, tenía la curiosa propiedad de disponer , sobre la misma arena, de dos manantiales de auga dulce con sus pilares de piedra, de tal limpidez y frescura que fueron sin duda deleite, en los calurosos estios de entonces, del buen prelado, al que supongo ferviente enamorado de estas riveras.
Me imagino la vida de don Pelayo en Cabanela, contemplando absorto la Ría, o interrumpiendo sus meditaciones cuando los alborozados gritos de los pescadores , que recalaban con abudante “cabezuda” o remolcando trabajosamente una ballena, obligaban a algún subdiácono pelota a asomarse al ventanal y gritar:”¡Non berrar tanto que está don Pelayo durmindo a siesta!”
No creo que el santo varón resistiese la tentación de bajar al arenal a presenciar de cerca las fascinantes tareas de los pescadores , recibir con beatifica sonrisa, el presente de un besugo e incluso ojear piadosamente las rosadas morbideces de alguna pescantina demasiado arremangadaY no sería humano si, en el buen tiempo, no abordará una espaciosa chalana y diese sus buenas zaleas por la Ría (1)
De otro modo no podía ser, siendo como era, hombre refinado y de gusto exquísito, como da de ello prueba fehaciente el que sus objetos personales fuesen los más apreciados por la Sede, (¡la singularidad de nuestra Villa siempre presente!)a pesar de su fugaz estancia en Ribadeo: unas sandalias de delicado guadamecil, que se pueden admirar en el Museo de Mondoñedo, y un báculo esmaltado de Limoges, al parecer demasiado precioso para permanecer en nuestra Diócesis y “emigrado” al Museo de Bellas Artes de Barcelona.
La flota de Cabanela.
La Playa de Cabanela era la base de una original flota de barquillas, botes y chalanos, propiedad de todas las familias del barrio y en que aprendimos muchos ribadenses a recuar, ciar y cingar, que no es cualquier cosa. Esta flota, además de singular Academia Práctica de Artes Naúticas (merecedora también como veremos más tarde de su monolito) estaba dotada de gran movilidad y polivalencia.
Detrás de su aspecto anárquico e indolente, de barcos dormidos en la cala recoleta, nunca faltaba un vigia, en dominante atalaya, que velara por su integridad, presto a gritar: ¡ Fora do bote! ¡Espera que che vou ahi, hom!
Y cuando el tiempo lo permitía levaba risones y regresaba cargada de calamares, julias, zarretas, maragotas, robalizas, farros, pintos, cabras, gallais, salmonetes, obispos, muxeles, etc. que todavía coleando eran vendidos por todo el pueblo por las mujeres del barrio con el pregon agudo y jubiloso:¡Ay que pescado vivooo! , que provocaba el estrépito de platos , revolución de amas de casa y congresos de gatos.
Cuando el invierno se acercaba, la flota de Cabanela surcaba las aguas, Ría arriba y regresaba de las fragas de Reme o de la Regueiría con los careles a flor de agua, cargada de leña y piñas con que combatir, en sus inhóspitas moradas, el frio de las heladas y la mordedura del nordés (2)
Pero el momento estelar de la flota de Cabanela fue en el año 1.936, crucial en nuestra Historia, en el que muchas personas de nuestra Villa, a causa de las ideas políticas que sustentaban, salvaron la piel, al acudir presurosas al barrio bajo y abordar las humildes naves -indiscutibles barcas de salvación-que en un pricipitado bogar las conduciría a Figueras. Por cierto que una de ellas fue, el entonces alcalde, don Rafael Fernández Cardoso, jacarandoso andaluz que nos dejó las calles principales pavimentadas y el recuerdo cariñoso de su seductora sonrisa redivivo en más de cuatro parroquias.
Después con la paz vino el estraperlo, y con él el tragicómico comercio con la margén asturiana. ¡Cuántas necesidades ayudo a mitigar la Flota de Cabanela! De una forma callada, furtiva , fuera de la ley, las frágiles embarcaciones , hábilmente conducidas , en las pequeñas calas, al cobijo de la niebla, al amparo de la noche, transportaban ininterrumpidamente, burlando la celosa vigilancia, a la otra orilla-de una Ría una vez más convertida en absurda frontera-patatas, alubias, cerdos, ovejas, etc., en un tráfico que hoy nos hace sonreir pero que entonces era vital para la otra ribera.
Ahora , que todo aquello, es una mínima historia, desconocida incluso para la mayoría de los ribadenses , ahora que la flota de Cabanela desapareció ,que donde susurraban las ondas y latían los cangrejos, pastan los burros y cantan los grillos, y las casas inhabitables encaramadas en el barranco muestran sus cuencas vacias, mientras las torres, antaño señoras hoy decrépitas, se asoman indiferentes en lo alto, me parece obligado dejar esta urgente, modesta, intrascendente,nostálgica, constancia.
En 1.623 vinó el Obispo y salió a zalear con su comitiva hasta fuera de la Ría (Actas municipales)
También traían, a veces, sellas de pino-en una ocasión por error de cálculo en la tala dejaron sin luz a medio Castropol- que eran convertidas en tabla, usada para chalanos y reparaciones hogareñas, en un aserradero clandestino instalado en la misma playa.
*Nota de Atalaia: Y en este paseo, los de Atalaia, tendremos muy presente a Juan Carlos Paraje Manso que tanto amó a Ribadeo.